18 de marzo de 2009

Siete Dias

En una pequeña habitación iluminada por la tenue luz de las velas la peredhil pelirroja descansaba sentada sobre el lecho, la raída capa negra descansaba sobre una silla y recargada en la pared, cerca de la joven, se encontraba una espada.
—¿Por qué la llevas contigo? –Preguntó la mujer que le había encontrado en el pozo.
—Es lo único que tengo –respondió con voz triste Eleneär —Lo único además de esto –Sostuvo en alto un dije de cristal que reflejaba en una increíble gama de matices el fuego de las velas, un dije en forma de estrella que pendía de una maravillosa cadena de plata labrada.
La mujer no dijo más nada y sólo vio con temor el arma recargada en la pared, le parecía demasiado pesada para que la delicada figura frente a ella pudiese blandirla, aún mas con el aspecto etéreo que le daba su vestido de una vaporosa tela de un azul muy claro, casi blanco. Se preguntó que podría haber pasado para que una doncella élfica vagase de ese modo por territorios tan peligrosos como eran ahora los que rodeaban aquel reino, sobre todo cuando los rumores hablaban del nacimiento de una nueva ciudad en el norte, una ciudad llena de hechiceros, brujas y demonios, una ciudad oscura que por ahora era conocida como Aquelarre.
La pelirroja comió con parsimonia los alimentos que su anfitriona le ofreció, colocó con delicadeza el platón sobre la sencilla mesa que componía el mobiliario, cerró los ojos y suspiró cansada y movió un poco sus hombros, lucía un poco más frágil que al atardecer.
—He sido muy descortés al no preguntar tu nombre –Dijo de pronto con una voz más débil que antes —Desearía saber a quién debo agradecer tan amables atenciones.
—Carelina –Respondió ligeramente sonrojada al notar que también ella había pasado por alto aquel simple detalle, pero todo lo que había rodeado la aparición de aquella medio elfa había ofuscado su mente pues era tan extraño.
—Muchas gracias por todo Carelina –La aterciopelada voz de Eleneär aumentó el rubor de la joven mujer.
—Descansa –Comentó Carelina antes de salir de la habitación, caminaba aún pensando en la joven de sangre élfica que dormiría esa noche bajo el mismo techo que ella, recordó sus expresiones tristes y atormentadas, su mirada a veces ausente, en el dije de cristal que con tanto amor tocaba y en la terrorífica espada que llevaba consigo.
Aquella noche, y contrario a lo que pensaba, Carelina durmió plácidamente soñando con bosques frondosos de árboles de dulce aroma, con praderas en las que corría a galope sobre un magnífico caballo, con noches estrelladas y una luna maravillosa.
El amanecer llegó con el canto de los gallos y el fulgor del rocío en las plantas del modesto jardín, Carelina inició sus actividades diarias, preparó el desayuno y esperó ver a Eleneär aparecer en el marco de la puerta… pero la pelirroja no pareció y la inquietud surgió en la joven. Dejó todo y fue a ver si algo había sucedido con la peredhil, tocó suavemente para anunciarse, el silencio fue la única respuesta que recibió, preocupada se decidió a entrar en la habitación.
En el lecho se encontraba Eleneär sumida en un febril sueño, se revolvía entre las mantas con la frente perlada de un sudor frío que contrastaba con el inusual rubor en sus mejillas; Carelina se precipitó hacia donde la peredhil se agitaba sumida una delirante fiebre, tomó la mano de la pelirroja y sintió el calor que desprendía el delicado cuerpo.
—Padre –susurró la peredhil con voz quebrada y aferró con tanta fuerza como era capaz la mano que le ofrecían, se agitó un poco más y emitió un gemido de dolor, se dobló sobre si misma entre las sábanas aún sin soltar la mano de Carelina.
Ella se inclinó hasta posar su mano libre sobre la afrente ardiente de la pelirroja, los rojos cabellos de la joven se encontraban húmedos y esparcidos por la almohada lucían como el fuego que originaba la fiebre. Sacó su mano del agarre de la pelirroja y salió de prisa.
Eleneär cerró los puños hasta que sus nudillos estuvieron blancos, sus labios habían palidecido y se encontraban surcados por grietas; en su delirio murmuraba palabras ininteligibles, algunas en idioma élfico, entre ellas una de las más terribles, el nombre de un terror antiguo, una pesadilla surgida de los más terribles recuerdos.
Carelina se quedó en la puerta mirándola con pesar, con una bandeja de agua y paños, sintió compasión por lo débil que lucía tirada sobre aquel lecho; los débiles lamentos le hicieron casi brotar lágrimas pero se contuvo y avanzó con paso firme hasta el lecho y comenzó a colocar paños empapados en agua fría con esperanza de que así disminuyera la fiebre. Aquel día entretejió sus actividades con el cuidado de la pelirroja; cayó la noche en medio de la agitación que sentía al ver a su frágil huésped padeciendo de aquel modo. Pasó aquella noche y llegó un día tan claro como el anterior e igual de tormentoso para Eleneär que continuaba sumida en el dolor y consumiéndose en el fuego de su propio cuerpo, varios días pasaron en medio de la zozobra, una semana exacta desde que la peredhil apareciese en el pozo ésta abrió sus ojos esmeraldas y miró alrededor desconcertada
—¿En dónde estoy? –Preguntó mirando alrededor completamente confundida, fijó sus verdes ojos en Carelina —Tu… te conozco –Agregó mirándola fijamente, Carelina se estremeció al ver aquella mirada ausente.